Funde la vida
con su ardor a fuego lento.
Forja la Historia,
moldea el miedo,
quema horas perdidas
en mares de sueños.
Espera a la sombra
de farolas apagadas,
sin mantos ni ropas
que escondan su espalda.
Mostrándose toda;
guardándose nada.
Salta entre la gente
que camina, ajena,
con paso indiferente
a esa luna llena
que, incluso de día, alumbra la frente
de bocas sin cadenas.
Aquí, a tu lado cena.
Grita con los ojos
pidiendo ser amada,
más allá de todos,
sobre las camas
donde duermen los locos
por su mirada.
Pinta siluetas
que el aire arrastra,
coloreando veletas
que la tierra agarra
con trenzas y coletas
hechas de esperanza.
Ahí la tienes, pero no la alcanzas.
Vuela sobre los muros
- ligera, suave -,
abriendo labios mudos,
cerrados por llaves
de tiempo y de nudos
de palabras graves.
Me mira, te mira.
Entra en nuestra mente
sin decir mentiras.
Nos hace más fuertes
y cura heridas,
manando en torrentes
anchos como avenidas.
Trepa, decidida,
para alcanzar el fruto,
la rama y la encina.
Cambia de rumbo
y se pierde de vista.
Es tu turno.
Observa. Estudia
para atacar la presa
digna de su alcurnia.
Seduce. Embelesa
con bellas palabras y causas espurias
propias de su nobleza.
¿Acaso has visto mayor grandeza?
Cierra las puertas
tras su paso,
mas algunas deja abiertas
por si acaso,
algún alma despierta
en el ocaso
esta vez acierta
en su vuelo raso.
Ya se va,
de golpe, traicionera,
con ecos de sal,
besos y fieras.
Sin contar la verdad;
sin terminar esta guerra.
Jamás muestra todo lo que encierra.